Comentario
Los factores que tradicionalmente se han venido manejando como condicionantes de la crisis admiten ser analizados desde ángulos de visión diferentes. La guerra constituye, sin lugar a dudas, un decisivo elemento perturbador de la dinámica normal de la producción. La desindustrialización de Alemania tuvo mucho que ver seguramente con la guerra de los Treinta Años. Pero, al mismo tiempo, los conflictos armados estimulaban la producción de la industria bélica.
Los efectos negativos de una crisis comercial generalizada, que pudieron condicionar el desarrollo del sector manufacturero proveedor de mercancías de exportación, están por su parte puestos en tela de juicio. En cualquier caso, los matices son obligados.
La coyuntura de precios ha sido también aducida como un factor esencial a la crisis. Los estímulos inversionistas derivados de la tendencia inflacionaria de la economía del XVI pudieron verse sustituidos por la falta de incentivos provocada por una situación de precios a la baja, consecuencia de un descenso brusco de las importaciones de metal precioso americano. Sin embargo, el período deflacionario pudo depender más de una caída de la demanda que de una declinación de la oferta monetaria.
La explicación que proporciona J. de Vries a la evolución de la industria en el siglo XVII está vinculada a esta perspectiva, pero, en cambio, las consecuencias que extrae apuntan en un sentido muy diferente. Para este autor, el papel jugado por la depresión agrícola iniciada alrededor de 1650 resultó fundamental en la evolución industrial de Europa. El freno del crecimiento demográfico y, por tanto, de la demanda de alimentos, provocó una caída de los precios del grano, lo que permitió liberar recursos en aquellas áreas que mantuvieron la producción para la adquisición de manufacturas, cuya demanda creció. A su vez, ello indujo un aumento de la mano de obra industrial, especialmente en el ámbito rural.
En efecto, frente al enquistamiento de los gremios urbanos, que insistieron en la defensa de sus privilegios corporativos como forma de reacción ante la crisis, las tendencias a trasladar la producción manufacturera desde el dominio de las ciudades al ámbito doméstico rural se reforzaron.
La transferencia de la ciudad al campo, a pesar de la dispersión que implicaba, entrañaba a un tiempo diversas ventajas. De un lado, facilitaba la intervención de comerciantes-empresarios en la producción, las inversiones de capital mercantil en la industria y el desarrollo de estrategias de producción vinculadas a las exigencias del mercado. Por otro, permitía eludir las cortapisas impuestas por el monopolio gremial. En tercer lugar, la manufactura rural empleaba una fuerza de trabajo campesina barata y elástica, ya que aprovechaba los períodos de descanso en las faenas agrícolas.
La principal novedad que presenta la industria en el siglo XVII no radicó, por tanto, en innovaciones de tipo tecnológico, ya que el horizonte técnico continuó siendo sin muchas diferencias el renacentista, sino en cambios en la organización industrial y en la localización de la manufactura. Cambios que, independientemente de si significaron o no un aumento en el volumen de la producción, entrañaron una eficaz respuesta a la crisis y la apertura de grandes posibilidades para la industria de cara el futuro.
El putting-out system alentó un proceso de protoindustrialización que puede estimarse hoy día básico para una completa y correcta explicación de la génesis de la primera revolución industrial, cuyo origen hay que rastrearlo, por tanto, en la crisis del XVII. Se fundamentó dicho sistema en la manufactura textil, ya que los productos de este sector representaban el grueso de las mercancías objeto del comercio internacional. Fueron las zonas más avanzadas desde el punto de vista industrial (Países Bajos, Inglaterra, partes de Francia y Alemania) las que pusieron en práctica en mayor grado el trabajo rural a domicilio.
La base organizativa del sistema consistía en que un comerciante empresario (Verlager) distribuía la materia prima y el instrumental necesario a una red de familias campesinas, que trabajaban a domicilio en faenas de no excesiva complejidad técnica, empleando el tiempo libre que les dejaba su dedicación agraria a cambio de un salario. Miles de telares se distribuyeron así por todo el ámbito rural. Más tarde, el propio empresario recogía la labor concluida. Estas operaciones no agotaban necesariamente el proceso de producción. El acabado del producto podía realizarse en la ciudad, donde se localizaban las instalaciones y la mano de obra especializada necesarias. El sistema permitía eludir las costosas inversiones en capital fijo que exigían las factorías estables y adaptarse flexiblemente a los cambios de la coyuntura mercantil o en los centros gravitativos del comercio internacional.